By Rodrigo Fernández [CC BY-SA 4.0], from Wikimedia Commons.

El edificio Diego Portales (ex Unctad) se encuentra en peligro de desaparecer

En su conjunto trabajaron obreros, arquitectos, artistas y diseñadoras, quienes por vez inédita se vieron implicados en un proyecto que los constituía a todos y todas como trabajadoras/es. Sólo por mencionar un aspecto poco conocido de la historia, toda la señalética del edificio fue realizada por un equipo de mujeres: Pepa Foncea, Lucía Wormald, Eddy Carmona y Jessie Cintolesi.

Una parte importante de nuestro pasado reciente, condensado en un edificio emblemático como lo es la ex Torre de la Unctad (1972), y utilizado hasta hace poco tiempo por el Ministerio de Defensa, se encuentra hoy en peligro. La continuidad de su existencia en la ciudad de Santiago está puesta en cuestión por el Ministerio de Bienes Nacionales y la división de arquitectura del MOP, dado que el edificio no cumpliría con los estándares contemporáneos, se encontraría obsoleto, lo que justificaría su sentencia de inhabitabilidad. La torre “Villavicencio” se encuentra en pleno centro de la capital del país, en uno de sus barrios más emblemáticos y espacio de moda para las actividades de ocio.

Se trata de edificio con un pasado que incomoda y que quizás se pretende poner a disposición de actores que camuflan sus intereses políticos y económicos en retóricas de lo inhabitable (el edificio habría sido ofrecido por la pasada administración a diversas organizaciones y colectivos sin concretarse). Como ya es sabido, nuestras memorias están en permanente tensión y disputa, y con la nueva declaratoria de este edificio se ejecutaría una operación -deliberada o no- que tendría como consecuencia borrar las huellas materiales de uno de los proyectos políticos más distintivos de nuestro pasado, y que aún hoy genera muchas controversias. Un proyecto icónico de un gobierno que expresó los deseos de transformación emancipadora y cuyos protagonistas fueron blanco de la persecución y exterminio.

La historia de la construcción de todo el complejo de la Unctad es fascinante. Dentro de ella cabe destacar que la torre y la placa fueron erigidas en tiempo récord de 275 días (por ello resulta llamativo que su reparación pueda durar cuatro años, según palabras del ministro) y en su conjunto trabajaron obreros, arquitectos, artistas y diseñadoras, quienes por vez inédita se vieron implicados en un proyecto que los constituía a todos y todas como trabajadoras/es. Sólo por mencionar un aspecto poco conocido de la historia, toda la señalética del edificio fue realizada por un equipo de mujeres: Pepa Foncea, Lucía Wormald, Eddy Carmona y Jessie Cintolesi (misma que hoy podemos apreciar en el GAM “reeditada”).

El edificio en cuestión nos remite a una serie de prácticas cotidianas que cambiaron por instantes nuestra historia y nuestro modo de habitar la ciudad (y nuestros propios cuerpos). La retórica de lo inhabitable que subyace a la decisión dada a conocer por el ministro la semana pasada, el nuevo “estatus” adquirido por el edificio, alcanza también a estos elementos históricos de la memoria social y política del país. La misma que arrasó con los espacios para el descanso de las y los trabajadores en los exitosos centros de veraneo a lo largo de Chile (medida 29) y con tantos otros proyectos, como el mismo Casino del Centro Cultural Gabriela Mistral, sobre el cual ha trascendido su gran capacidad de alegre convocatoria de estudiantes, trabajadoras/es, académicas/os, durante el gobierno de Salvador Allende. Fue parte también de unos de los proyectos de renovación urbana más complejos, la llamada remodelación San Borja. El edificio ha tenido una historia, un uso y por qué no, una vida, que lo convierten en un exponente fiel de las disputas de las memorias. Primero en la Unidad Popular y luego en la dictadura cívico militar (ahora denominado Diego Portales), sufrió modificaciones que alteraron su deseo de unirse a la ciudad, a su transitar y a sus habitantes, transformándose en una zona de vigilancia y control, trastocando su pulsión original.

Este tratamiento como objeto desechable que experimenta el edificio aludido se está produciendo también en una construcción-obra de arte del período que tiene profundas filiaciones con él. Nos referimos al paso bajo nivel de Santa Lucía y su gigantesco mural de mosaicos, trabajo realizado en colaboración por Iván Vial, Carlos Ortúzar y Eduardo Martínez Bonati (1970). Este grupo bajo el nombre de Taller de diseño integrado (DI) se presentó al concurso de la Corporación de Mejoramiento Urbano (CORMU), concurso inédito en la época que va a inaugurar un tipo de trabajo entre las y los artistas con el Estado. Gran parte de este mural se verá afectado por el proyecto de remodelación de la plaza e ingreso al cerro Huelen, que promueve el Municipio de Santiago. Esta obra es un hito de la modernización de la ciudad. En la época desafió las tradicionales formas de producción del arte y tuvo dentro de sus objetivos y deseos “democratizar la belleza” al salir al encuentro de las personas en el medio ambiente urbano. Un deseo profundamente político de transformación de las relaciones sociales y de la vida. Un llamado a una nueva experiencia estético-política de la ciudad del cual también se nutre la Torre de la Unctad. De hecho, fue Martínez Bonati quién planteó incorporar trabajos de artistas en el edificio (murales, tiradores de puerta, esculturas, bebederos) algunos que hoy se siguen conservando en el GAM, mientras que otros fueron destruidos y/o robados. Tanto Miguel Lawner arquitecto y director de la CORMU, como Hugo Gaggero, arquitecto de la Unctad y diseñador de las lámparas que hoy lucen en el Café ex Casino, lo recuerdan alegremente como un momento especial de colaboración.

Tanto la Torre de la Unctad como el mural del paso bajo nivel de Santa Lucía son parte de las imágenes de una ciudad que tuvo un impulso creativo hacia la modernización. Nociones como historia, patrimonio, memoria, son las que se van diluyendo en las voces de las autoridades. Pero nos preguntamos: ¿por qué es inhabitable? ¿Es que no hay modo de repararlo y devolverlo a la comunidad? Hay que discutir seriamente el trabajo que supone el Ministerio de Bienes Nacionales, porque si es así los cierres y demoliciones estarán a la orden del día, sin referencia alguna a la protección del patrimonio de todas y todos, que es una obligación de nuestro Estado.

Finalmente, se abre la pregunta de si es posible condenar a muerte a un edificio como la Torre de la Unctad sin atender su importancia y su rol en los distintos períodos de nuestra historia y sin haber buscado una forma de ayudarle y de ayudarnos a conservar aquello que vincula nuestro pasado con nuestro presente.